CASI UN MILAGRO
Todos recordamos aquella mención de quien nos dirige la promesa incumplida de quitarse el nombre si antes de ese año existían niños en la calle, Ahora me pregunto ¿Cómo se llama ahora? ¿Cuál es su nombre nuevo?, pues es apreciable que en repetidos actos públicos ofreció atención prioritaria a los y las niñas de la calle; solicitando a las organizaciones una propuesta de política pública y firmando el 6 de diciembre del 1998, un convenio público para implementar el programa nacional “Niños de la Patria”. Dicho programa se enfrentó a un aparato de estado obsoleto y asistencial que terminó por romper con las organizaciones, convirtiendo “Niños de la Patria” en un programa de corte asistencial y estéril como política pública. A los niños de la calle todos los conocemos un poco de vista. Nos los cruzamos en las esquinas de las grandes ciudades, en un semáforo de las afueras, revoloteando a la puerta de cines y espectáculos, o rebuscando en los contenedores de basura. Los conocen mucho más en los servicios sociales municipales, a él y a sus hermanos, pero sobre todo a su madre. Va mucho por allí a ver si le dan una vivienda sin goteras, con techo y ventanas, y por leche para el más pequeño. Los conocen también en los centros especializados de menores, por donde con frecuencia pasan paulatinamente todos los hermanos. No es raro que también el padre o la madre, o los dos, sean antiguos alumnos de un centro similar.
Cuando crecen y llegan a los 15-16 años empiezan a ser bastante conocidos en los tribunales tutelares, en las comisarías, en los centros penitenciarios y en los de asistencia psiquiátrica, en el mundo del tráfico de drogas y de los ajustes de cuentas. Con el tiempo tendrán hijos que, a su vez, reproducirán el mismo proceso de marginación. Sencillamente porque entre una y otra generación no ha mediado ninguna intervención social eficaz y global que rompa el proceso.
Si observamos a estos niños y adolescentes “de la calle” veremos que son chicos como los demás: movidos, juguetones, saltarines. Si preguntamos su opinión a personas que los han tratado más de cerca, como los profesores o educadores, nos dirán que son mucho más difíciles de educar que los niños de clase media. Los describen como distraídos, inconstantes, inclinados a los juegos violentos, fáciles para la agresión física; en el terreno de los aprendizajes escolares, dicen, no tienen motivación, no entran a clase; si lo hacen, o están pasivos, o molestando a los demás.
Ninguno de nosotros escogió el hogar en que nació. Afortunadamente muchos nacimos en un hogar. Lamentablemente otros lo están buscando en la calle. Los niños que vemos en las calles se ubican en dos categorías generales: “los que están en la calle” y “los que son de la calle”. “Los que son de la calle” son los que viven, duermen y sobreviven en la calle. Estos son los que lamentablemente más comúnmente caen en la delincuencia y en la drogadicción. “Los que están en la calle” son aquellos que venden flores, caramelos, o pasan sus días pidiendo limosna. Aunque sus hogares no son los mejores, tienen familias y un lugar al cual regresar por la noche. Muchos de estos niños pudieran, con el tiempo, terminar viviendo completamente en la calle.
Más lamentable aún es la cantidad de niños venezolanos que viven en la calle, la razón es contundente, cerca de un ochenta por ciento de la población nacional vive en pobreza. Vale decir de que de cada diez venezolanos ocho hace “magia” para mantener a sus hijos.
En Venezuela hay entre 4,000 y 5,000 niños y niñas en y de la calle, y como en otros países muchas de las familias expulsoras sobreviven en miseria, tienen solo a la madre como soporte en ocasiones con un padrastro maltratante y pueden ser cooptados por redes de distribución de droga o de mendigos. Específicamente en el Municipio Torres del Estado Lara, vemos con tristeza esa realidad palpable cuando salimos a la calle, esto de alguna manera nos preocupa ya que es un indicador de que nuestra ciudad esta creciendo, pero mas desalentador es que sea nuestra propia comunidad caroreña quien gira la cara hacia el otro lado del problema.
Sería un error considerar que se trata de niños de la calle en sus ciudades de origen ya que ha sido la situación de marginación la que ha provocado su exclusión. En este caso los menores tienen a su favor una ley que va por delante de las necesidades y que es inequívoca al respecto: "una persona menor de edad que se encuentre en territorio venezolano, sin referentes familiares adultos, deberá ser declarada en desamparo y amparada, tutelada y documentada por los servicios de atención a la infancia de la comunidad autónoma correspondiente.
Entendiendo que el desamparo es una situación de hecho, que la tutela debe hacerse de forma inmediata y de manera efectiva y que ha de usarse toda la diligencia necesaria para conseguir la documentación y regularización del menor". No se trata, por lo tanto, de reivindicar unas leyes más justas sino de crear el marco necesario para que se cumplan las vigentes.
En su informe para el año 2002, la Asociación Civil del Estado Lara ha denunciado que, en algunos casos, los niños de la calle, han sido golpeados por la policía y maltratados por el personal y otros niños de centros de acogida hacinados e insalubres.
Esta imagen es ya parte del paisaje urbano de las principales ciudades de Venezuela. Realidad que no puede dejarnos satisfechos, porque compromete el presente y futuro de cualquier sociedad, al ratificarnos que la pobreza atenta contra los derechos fundamentales de cualquier ser humano y particularmente de la niñez. Quienes tienen derecho a vivir risueños, inquietos, bien alimentados, con uniforme escolar o jugando en los verdes parques de la ciudad. Pero más allá, cruzando nuestras fronteras cotidianas, millones de niñas, niños y adolescentes viven condiciones de exclusión social, donde una de las mayores manifestaciones es su permanencia en las calles de las grandes ciudades.
Ellos representan un “memorandum social” que nos recuerda en cada semáforo, en cada cruce de calle, el fracaso de las políticas económicas implementadas en las últimas décadas. Por otro lado, la captación y canalización de niños recién llegados a la calle, no ha mermado el influjo constante de niños en busca de alternativas de desarrollo fuera de sus hogares y comunidades de origen. De ser esta la única respuesta a las necesidades de los niños y jóvenes, se vislumbran dos futuros posibles: 1. La repoblación de los grupos de callejeros debido a la incapacidad de abastecer la demanda de institucionalización o 2. El crecimiento desmedido de los albergues, haciendo de la institucionalización una forma de vida para un porcentaje cada día mayor de niños y jóvenes. Esta última situación no sólo es contraria a toda noción deseable de desarrollo para la infancia, sino que genera un gasto social subsidiario y gravoso.
Es necesario considerar la construcción de nuevas estrategias de intervención que aborden el tema de la infancia callejera más allá de atender las necesidades de quienes viven en la calle. Es preciso visualizar el problema como un asunto de carencias en las alternativas de desarrollo económico y social que las comunidades más empobrecidas ofrecen a su infancia y juventud en general y no sólo a aquellos que terminan por vivir en la calle.
En efecto, el problema central se afinca sobre la importancia que ha cobrado la calle como espacio de desarrollo dentro de nuestras sociedades urbanas. Hablamos entonces no sólo de la población infantil, sino del las estructuras de comercio y socialización callejera en general.
Comentarios
Publicar un comentario