Ojos que no ven, corazón que no siente.


 “Pedimos, seguramente muchas cosas Santo Padre; pero se suele olvidar que a una gran mayoría de los reclusos, la vida y la sociedad negó también muchas, y que la cárcel es en términos generales terminal de otras estructuras familiares, económicas, educativas deterioradas. Y que, por tanto, negarnos lo que es de justicia es en sí mismo injusto” (palabras en ocasión de la visita del Santo Padre Juan Pablo II, Retén de Catia Reflexiones de un enfermo, Caracas.)
Hoy,  día importante, en el cual acompañamos a nuestra Iglesia a la Beatificación de un muy querido Papa Juan pablo II no podemos dejar de olvidado en el tiempo su visita a uno de los recintos penitenciarios de nuestro país ícono por muchos años de la ciudad capital, y es que en tiempos en lo que vemos en las noticias a diario que las cárceles venezolanas son deshumanizadas cada día, trae al recuerdo un personaje bíblico por fin se pude ver la luz dice con fe el ciego Bartimeo, quien nos enseña cómo debe ser nuestra fe, capaz de cruzar multitudes que pueden ser nuestros familiares, nuestro entorno social y hasta nuestro propio pecado para poder encontrar a Jesús. Y es que estas palabras van mucho más allá de una simple trivialidad o  por el contrario exponen que soy el más débil de los hombres, que debe traer que por fin se vea la luz, una luz tan radiante que encandila a todos.

Por ello, una realidad palpable hoy como la inseguridad en la que vivimos todos los venezolanos se hace patente como se van por un caño los valores que deberíamos haber aprehendido en nuestro entorno familiar y social, dígase hogar, escuela, iglesia. Por ello, hablar de la Cárcel es un asunto sutil, delicado, porque la palabra “Cárcel” esta asociada a siglos de sangre, corrupción, ideas pervertidas, miedo, delito, inhumano, violación de los derechos humanos y penitenciarios, rabia, ignominia, mal olor, injusticia  y condicionamiento. Es una de las palabras más cargadas de la existencia humana. Cuando dices “Dios” la palabra parece que esta vacía, cuando dices “cárcel” está demasiado cargada y te aparecen en la mente mil y una asociaciones, que surgen todas a la vez, pues la propia palabra crea confusión y caos. Es como si alguien tirara una piedra en un estanque silencioso y surgen miles de ondas, ¡solo por la palabra! Pero lo cierto es que la sociedad ha estado viviendo bajo conceptos muy equivocados.
La cárcel hace que el hombre cambie, ¿Qué verdad no?, pues es la verdad más clara,  ya que se espera que el hombre reflexione y cambie de actitud a través de sus experiencias, que madure  para ser un ser nuevo y así volver a empezar. Pero lo cierto es que cuando el hombre se priva de su libertad reflexiona ¡Y mucho! Llevando incluso a procesos de maduración de una zanja profunda en su vida desde cualquier punto de vista.
Es aquí que Dios juega su papel protagónico ya que como cristianos nos jactamos de decir que Dios es amor, entonces me pregunto ¿Dónde esta el amor de Dios cuando miles de reclusos están solos y desamparados en nuestras cárceles? ¿Cuándo se ve en los ojos de cada recluso la agonía de vivir mientras se le clava el chuzo de la indiferencia, el desamor,  el abandono, la rabia, la crítica y cuestionamos su estilo de vivir? O ¿Cuándo se dice que Jesucristo esta en cada uno de nosotros?, Entonces, hay una intención clara al decir que se mata y se crucifica a un recluso cada día, pues es una verdad muy cierta que la sociedad puede ser culpable de que el recluso vuelva a reincidir en su delito ya que no existe ninguna posibilidad de perdón, o ¿Sí somos capaces de hacerlo?,  “La cárcel es el horno donde se cuece el hombre hasta alcanzar su mayor grado de ebullición, logrando madurar cualidades y hacerlas reflejar en cada una de sus acciones. Un lugar donde el hombre pone a prueba su paciencia, coraje, valor, inteligencia, sabiduría, fe, disciplina y amor; un lugar donde se debe aprender hablar, para salvarse, un lugar donde el respeto es el más importante de los mandamientos, donde los amigos se dejan ver tras sus acciones de convivencia, donde se aprende a leer la mirada del Ser justo donde se refleja el alma; aquí es pues el horno donde se forja el más duro de los hombres (Tomado de la carta El Horno de Wilson López interno del Reten de la Planta  Caracas, Encuentro Nacional Penitenciaria “Una Reflexión sobre la justicia penitenciaria en Venezuela”) 
En este sentido, el recluso es por lo general desde una experiencia humana, un ser  muy accesible al trato amistoso, en razón de su problemática. Es vulnerable al cariño por razón de su soledad.  Si otros aspectos ambientales tienden a cerrarlo, interiormente es una sociología en deterioro, una puerta que cae a un simple golpe. Porque todo se le ha vuelto pregunta y se acoge al menor préstamo de seguridad que consigue en la persona confiada que se le acerca. El recluso esta macerado por la vida y puede adelantarnos al Reino de los Cielos, como lo dijo Jesús. Pues la costra de dureza y recelo es muchas veces puramente convencional,  ya que a través de esa coraza se asoma  el drama, la carne tierna de   de enfermo dolorido, sediento de visita, de palabra, de amor, de respeto de quien lo escucha es reintegrarlo definitivamente a la sociedad. Porque el recluso es como tu o yo que sin estar presos a veces la vida enseña que la peor cárcel somos nosotros mismos, pues un ser humano en circunstancias especiales, copado, aislado, acongojado, triste, aislado, perplejo, rasgado y fracturado,  envuelto en una situación anómala como puede ser: morir, matar, suicidarse, arriesgar todo a una bala o volverte loco ¿o no has sentido nunca eso en la vida?.
En fin, el hombre está hecho para la libertad, para el libre albedrío. Pero desgraciadamente la reclusión se contradice y lo anula de toda posibilidad  hasta la tragedia. No saber eso es no vivir en la realidad de quien vive en la anomalía. Muchas veces nos preguntamos ¿Por qué se matan entre ellos? ¿Por qué vuelves a la cárcel si eso es tan inhumano? ¿Por qué compran armas para exponer la vida? ¿Por qué se conjugan los pecados capitales en un solo recinto? Éstas y otras preguntas  deben visualizarse desde los ojos de un hombre copado, angustiado, asaltado, ciego en la búsqueda  de su propia vida perdida, desde que pisa el recinto que le da un número de expediente,  abandonado y desamparado  a su suerte. Y esto es realmente lo que lo agoniza  ya que como decir que no tiene familia, esposa e hijos cordón umbilical de nuestra sociedad  para este encarcelado. Si nos ponemos a meditar vemos con alegría que una persona que es visitada asiduamente refleja en sus ojos el más enternecedor rayo de luz y de esperanza para su salvación. Pero la realidad  desgraciadamente es otra, en nuestras cárceles todas las puertas están cerradas. Y la puerta más costosa para un recluso es la puerta de la libertad. Entonces, que pasa por el contrario con el recluso pobre y sin medio en sus bolsillos en concordancia con el que puede comprar la puerta de su libertad y comodidad. El caso más claro es que la cárcel sigue sin lectura de cargos o sin sentencias en su tiempo establecido, ya que la sentencia reza en mi poco conocimiento de derecho penal de que una persona de la cual ni siguiera consta que no sea inocente, esta penado injustamente,  siendo elemental recordar que la sentencia de los jueces reza privación de libertad, no golpes, olvido institucional, matraca, peaje, fármaco dependencia, robo, invasión de la privacidad y anulación de su condición humana, es decir, muerte súbita.     
En este orden de ideas, la negra reacción contra la vida por nuestra llamada justicia penitenciaria y divina llenan la vida de un recluso que pide a gritos ya no más simplicidad e inhumanidad, ya no más chuzo, droga, colchoneta, plata, sobrevivir, vigilante, hambre, golpes, violación, amo, soledad,  cacique, culebra, abandono, desesperación, infierno y pobreza humana. Pide a gritos silenciosos, familia, fe, esperanza, visita, importancia, valor, coraje, vida, amor y comprensión. Pues el hombre recluso apenas tiene que perder como resultado terminal de otros deterioros de la sociedad.
Al recluso no le queda nada, ni siquiera su valor permanente por sobrevivir al día, no le queda que perder porque le garantiza el minuto siguiente perdiendo su temerosidad que la dejo olvidada después de la puerta de entrada. Ni siquiera somos capaces de compararlos con Dimas crucificado con Jesucristo y quien le prometió la gloria. Pero lo que si le queda al recluso es la alternativa de dejarse caer a coñazos, pues merece la cárcel quien renuncia a devolver la agresión, si pensamos que pedirle al recluso el pacifismo de Cristo Preso puede ser exigirle un salto demasiado grande de quienes no somos capaces ni siguiera de lanzar la primera piedra. En el caso de las cárceles, la idea de que los reclusos sean fieras salvajes y carniceros es un perjuicio montado desde los umbrales de  la sociedad misma, pues basta con visitarlos como hombre de paz y sin amenazas para darse cuenta que transitas entre gente respetuosa, amigable y sin el menos asomo de agresividad.
El hombre recluso es un ser religioso y misterioso, ya que se encuentra la fe que vive su vida  en el absurdo y dentro de una gran prueba que a mi parecer es el hombre y no Dios quien se la esta tendiendo. Y es que con solo verlos se visualiza  la imagen  de Cristo Preso y a punto de ser Crucificado  que lo ilumina desde su propia estampa que lleva una cruz que a nosotros sin lugar a dudas nos aplantaría. El recluso está sentenciado y condenado por la sociedad ¡Qué verdad! ¡Y qué olvidada! Cargando con una sentencia judicial lamentable porque cometió un error,  si cometemos nosotros peores como el desprecio, rabia, intolerancia, desamor, violación de normas, irrespeto, violación de los derechos humanos y a la naturaleza, injusticia, paternidad irresponsable, maltrato,  y no se nos aparta ni se nos condena. Pues ¿Quién no es reo de culpa? Dice Jesucristo. Ah pero nosotros miramos el rótulo fijado por una sociedad corrompida y realizamos nuestros propios juicios de conveniencia más pesada que la cruz y que el propio juicio de Dios.
Finalmente, pude recordar las palabras de Jesús cuando dice: Estuve en la cárcel y me visitaste. Resulta que por esas palabras la Persona de Cristo está en cada recluso, pues vasta con llevarla a la práctica para que caigan los perjuicios inventados y estériles y empecemos a ver a los reclusos de otra manera, o mejor dicho son nuestros amigos que intercederán por nosotros ante el Juez Supremo, pues no vamos a ser juzgados en ningún tribunal del hombre sino en el tribunal de Dios donde no existen atenuantes, solo la verdad en el amor y donde todos somos iguales.

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